Hablamos de los últimos que conocieron el mundo antes de internet, los nacidos antes de 1985, y de la creciente curiosidad hacia lo que vivieron en su juventud.
Por Edy B. Morgan
Los últimos que conocieron el mundo antes de Internet, los nacidos antes de 1985, son los que tienen la responsabilidad de contar el «antes» y el «durante» que nos trajeron hasta aquí, en la era digital. Los “Boomers” son las últimas personas en la historia que han conocido la vida antes de Internet, los únicos que hablarán para siempre ambos lenguajes y los únicos capaces de traducir con fluidez el Antes y el Después de Internet.
Los jóvenes de hoy en día, tienen la capacidad de utilizar con naturalidad las herramientas digitales, pero los que ya estaban aquí antes que llegasen ellos, pueden proporcionar diferentes categorías interpretativas para crear conciencia sobre el uso de las tecnologías que se utilizan en el día a día en la actualidad. Ambas generaciones pueden enseñarse cosas entre sí: las habilidades inversamente proporcionales a la edad de cada uno.
Internet se ha construido a lo largo del tiempo para algunos propósitos específicos (intercambiar datos y correos electrónicos), pero luego se nos fue de las manos. Hoy en día, reina cierta nostalgia de los tiempos pasados por parte de quienes los han vivido, y una gran curiosidad acerca de aquellos tiempos, por parte de las nuevas generaciones.
Antes de la llegada de Internet, la vida era muy distinta con respecto a la actual. Aquellos individuos que vivieron aquella época recuerdan muy bien lo que suponía enfrentarse a la cotidianidad sin aquellas herramientas de las cuales casi no conseguimos prescindir hoy en día. La población se enfrentaba a la cultura, al aprendizaje y al conocimiento de las cosas del mundo, de una forma más lenta y más profunda, como ilustra muy bien el escritor Alessandro Baricco en su obra literaria Los Barbaros (Editorial Anagrama). En este libro, el autor afronta con perspicacia y amenidad la existencia de quienes han contribuido al declive de la cultura burguesa occidental. Tras analizar tres ámbitos en particular (el vino, el fútbol y la industria del libro), el autor se detiene en Google, un avance tecnológico que es, según él, “el campamento de los bárbaros”, ya que refleja la costumbre de entender la cultura actual y de acercarse a ella, “surfeando” de forma rápida en la superficie, en lugar que sumergirse hacia las profundidades.
Los Boomers, la Generación X y parte de los Millennials son los últimos que quedan que recuerdan cómo era el mundo antes de la llegada de Internet. Y, por esta razón, son los más solicitados a la hora de saber como se vivía en aquella época. Ellos representan la fuente de memoria sobre un periodo irrepetible.
Las generaciones más jóvenes, nacidas inmersas en el mundo digital, se preguntan cada vez más cómo era vivir en la era analógica, cuando los jóvenes coetáneos de la época socializaban, se comunicaban y encontraban información de una forma completamente diferente; cuando Internet, el correo electrónico y los teléfonos inteligentes todavía no habían aparecido para monopolizar y dominar el mundo y la sociedad.
En aquella época se utilizaban los teléfonos públicos, se consultaban los mapas en papel, se utilizaban las maquinas de escribir, se redactaban las cartas a mano, las noticias llegaban a través de los periódicos impresos, de la televisión o de las revistas. Las personas conocían otras culturas y estilos de vida leyendo libros y revistas, las compras se realizaban localmente o por correo y a través de una selección realizada por catálogo, se jugaba mucho más a los juegos de mesa, las facturas llegaban por correo ordinario, para pagar se extendía un cheque bancario o se enviaba un pago por correo, todo el mundo tenía que ver los programas de televisión en el mismo momento en que se emitían… Hablamos de los “viejos tiempos”, hacia los cuales permanece una visión muy romántica, en los cuales predominaban la lentitud (ligada inevitablemente a cierto esmero por hacer bien las cosas y a cierta artesanía), la simplicidad, una realidad menos caótica y estresante, y el enorme valor que se daba a las conexiones personales y en vivo.
Esa nostalgia se extiende a varios aspectos de la vida cotidiana, desde la forma en que la gente socializaba hasta todas las maneras creativas que existían para comunicarse y conectar con el mundo. Para comprar un billete de avión se acudía a una agencia de viajes, lo mismo ocurría a la hora de querer reservar un hotel.
Aunque en el fondo no hayan pasado tantos años desde aquel momento histórico, la ausencia de la web era evidente en todos los aspectos de la vida cotidiana y la forma de mirar el mundo y el prójimo eran completamente diferentes.
Para cumplir con las tareas de estudio, lo habitual era pasar “largas” horas en las bibliotecas. Las relaciones sentimentales, a menudo, se alimentaban a través de cartas en papel escritas a mano. Se hacía un gran uso de la paciencia y las personas estaban acostumbradas a enfrentarse al aburrimiento, algo que aumentaba la creatividad de forma exponencial.
Los recuerdos se plasmaban en fotografías (los niños de hoy contarán en su próximo futuro con un enorme almacén fotográfico y videográfico de su infancia, impensable en la época analógica). A la hora de quedar con alguien, se daba una importancia enorme a la puntualidad, ya que una vez en camino no existían formas de contactar con la persona con la que se había quedado, para poder avisarle de un eventual retraso.
Algunos sociólogos definen a los individuos que crecieron antes de la llegada de Internet como “inmigrantes digitales”. Estamos hablando de las personas que nacieron antes de 1985. A diferencia de los nativos digitales, que crecieron en un mundo sumergido en los dispositivos inteligentes, los inmigrantes digitales tuvieron que adaptarse y aprender estas tecnologías más tarde. El término fue acuñado por Marc Prensky en 2001 para describir sus retos, especialmente en el contexto de la educación, y la brecha que los separa de quienes han llegado a hablar el lenguaje de la tecnología desde su juventud y sin grandes esfuerzos.
También es cierto – y hay que reconocerlo – que los nacidos antes de 1985 son los que han contribuido activamente al desarrollo de las tecnologías que todos utilizamos hoy en día.
Una pregunta muy recurrente es: ¿Se vivía mejor antes? La gran mayoría de los que vivieron esa época suelen contar que la vida parecía menos agitada, menos estresante y mucho más agradable.
La conciencia de pasar demasiado tiempo online nos ha llevado a una nostalgia difundida, basada en recuerdos reales o en lo que las nuevas generaciones “conocen” a través de lo que se les cuenta acerca de aquella época.
Según diferentes encuestas, la mayoría de la población occidental preferiría vivir en una época más sencilla, en un mundo más alejado de las pantallas. Este sentimiento es más fuerte entre la Generación X y los Millennials de más edad. Por supuesto, ¿quién sabe cómo reaccionarían esos mismos participantes en la encuesta si, como por arte de magia, tuvieran que pasar a vivir de repente su cotidianidad sin un smartphone en la mano?
De lo que no hay duda, es que cada vez más personas se preguntan cómo era el mundo antes de Internet, y que muchas de ellas acaban “añorando” aquella época, sin haberla conocida. A la Generación Z le fascina el cómo se socializaba, el como se vivía, y probablemente también cierta dimensión económica que hoy en día resulta mucho más difícil de alcanzar.
Cuando hablamos de la época justo anterior a la llegada de Internet, hablamos sobretodo de Boomers. Para ellos, la generación que pasó su infancia y adolescencia en los años 80, las consignas eran afirmación, bienestar y despreocupación, y se reflejaban plenamente en las elecciones y el estilo de vida de la época.
Par entender mejor esa época, que tanta curiosidad provoca en la generación Z, hay que adentrarse en como se presentaba el mundo en occidente en aquel momento histórico y en cuales eran las costumbres de aquella juventud, tan diferente de la actual.
Los años 80 marcaron el fin de los intensos cambios y transformaciones sociales que tuvieron lugar en los años 70. En Europa y en Estados Unidos se había extendido el feminismo radical , declinado a finales de los 70. Mientras que la guerra de Vietnam había terminado tan solo 5 años antes.
Los 80 fueron un período de reflujo ideológico y político. Todas las luchas se detuvieron, porque los jóvenes de la época querían dejar atrás los compromisos civiles y sociales para ocuparse de sus ambiciones personales.
Estados Unidos tuvo una parte importante en el cambio, porque el modelo capitalista promovido por Ronald Reagan se oponía a aquel todavía político e ideológico de la Unión Soviética. Los países occidentales cercanos al polo norteamericano se sentían atraídos por el estilo de vida y los sueños que se vendían en Norte América.
La moda, en aquellos años, estaba marcada por un estilo alegre y colorido. Películas, música e iconos de estilo han contribuido a definir modas y comportamientos juveniles. ¿Qué les gustaba a los jóvenes de los 80? Desde principios del siglo XX, el cine ha desempeñado un papel destacado en el desarrollo cultural de las sociedades (y viceversa). También en los años 80, el cine fue uno de los primeros pasatiempos juveniles. La mayoría de las películas de aquellos años ponían en primer plano el rescate social y la afirmación personal en una sociedad despectiva y juzgadora.
Todas las películas icónicas de aquella época tienen un final más o menos feliz para los protagonistas, que logran mostrar al mundo su valor. Sin duda, captan el espíritu de la época.
La música más popular en la década de 1980 se extendía entre el pop comercial y la new wave. Música que incluía sonidos e influencias de diferentes géneros. Las estrellas de la época también influyeron en cierta medida en la moda de los jóvenes.
Los iconos de la cultura de aquellos años, que más inspiraron a chicas y chicos de los años 80, son muchísimos; es fácil encontrarlos tanto en el mundo del cine como en el mundo de la música, pero también en el mundo de la moda.
Entre los iconos femeninos que más inspiraron el estilo y el comportamiento de las chicas están: Madonna, Lady Diana, Brook Shields, Cindy Lauper, Grace Jones, Meg Ryan, Michelle Pfiffer, por nombrar solo algunas, pero también las top models que iluminaron las pasarelas de Milán, París, Nueva York y que protagonizaron las portadas de las revistas de moda más prestigiosas.
Entre los iconos masculinos tenemos sin duda hombres modelados por la cultura del cuerpo como: Silvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, pero también Tom Cruise, gracias a los personajes rebeldes interpretados por el actor estadunidense, en aquel periodo de su carrera, y por su personalidad magnética. Inolvidable para quienes vivieron los años 80 siendo jóvenes, el personaje de Maverick y la columna sonora de Top Gun. Otro nombre que para muchos sonará a dulces recuerdos es el del mítico Marty McFly, adolescente rebelde e impulsivo protagonista de Back to the Future (Regreso al futuro), interpretado de forma magistral e inolvidable por el siempre querido Michael J. Fox.
Y podríamos seguir con muchos más ejemplos, tanto femeninos como masculinos… el listado es muy muy amplio.
Los hábitos y pasatiempos de los jóvenes de los 80 cambiaban según la subcultura a la que los individuos sentían que pertenecían. Había la costumbre de reunirse en grupos (o bandas), pasar mucho tiempo al aire libre, organizar fiestas en casas y pasear por las calles con walkman y auriculares. Cuando los jóvenes viajaban, llevaban cámaras Kodak desechables. Las fotos debían revelarse y solo se podían ver después de unos cuantos días. Además, quien viajaba en coche tenía que estudiar primero el mapa del lugar de destino.
En España, especialmente en Madrid, en aquel entonces los jóvenes celebraban la famosa movida, un mundo caracterizado por fiestas extravagantes e improvisaciones artísticas, una explosión de euforia después de la lenta desintegración postfranquista. Pero, ¿qué fue exactamente la movida, de cuales cenizas surgió y por qué? Quizás la respuesta más fácil, la más instintiva, es la que recuerda el trágico pasado de España: la movida surgida de los polvos de la Transición, de la consolidación de una democracia moderna y amnésica. Sin embargo, la cristalización de un fenómeno reconocible requiere tiempo y el vértigo de las fechas posibles para marcar su inicio gira con velocidades distintas, según la óptica adoptada. Sin duda, fue una reacción al oscurantismo franquista, un intento de reivindicar el derecho a una cultura menos dura.
Ese período, para muchos españoles, representó un universo cargado de pulsiones irrefrenables – consumo desmesurado de drogas, alcohol, extrema desenvoltura sexual, etc. – que les permitiría cerrar la brecha cultural con otros países europeos, acercarse a ellos. A aquello que esos países estaban experimentando desde ya unas cuantas décadas. Ese clima de euforia fue propiciado también por una coyuntura económica, nacional y mundial, favorable.
Por otro lado, la movida no parecía tan inocente desde el punto de vista político, sino que se presentaba como una mezcla, potencialmente explosiva, de dos movimientos contraculturales: el punk británico y el mayo francés de 1968. Aun así, el fantasma de una posible rebelión acabó siendo una sábana inofensiva que cubrió la confusión político-social de aquellos años. Y, más allá de una atmósfera de renacimiento cultural, se vivió el advenimiento de una nueva etapa política.
No cabe duda de cual fue el centro neurálgico de la movida, de aquella explosión juvenil sin precedentes en el mapa español, que se hizo famosa en todo el continente europeo: el barrio madrileño de Malasaña.
Otros barrios similares en otras capitales europeas, desde su pasado de “locura” sin rumbo, han experimentado una evolución que ha mantenido intacto el espíritu artístico – a la vez que lo ha convertido en algo más refinado – y ha elevado su esencia. Pensamos en Montmartre en París, en el barrio de Brera de Milán, en el SoHo de Nueva York, en la zona de Candnem de Londres… Mientras que, en el barrio de Malasaña, lo que predomina la escena es cierta decadencia. Hablamos de una decadencia difundida, en la cual , para hacer un ejemplo, la imagen cutre de unas botellas coloreadas empotradas en una pared y unos pocos grafitis, son vistos como señas de identidad de arte y cultura por parte de un público superficial, y son merecedoras de admiración frente a los ojos de un púbico poco curtido y poco cosmopolita, que acaba utilizándolas de fondo “ideal” para sus selfies. Y todo esto, en el medio de calles sucias y descuidadas.
¿Quizás como miran estas escenas, aquellos ojos que en su juventud disfrutaron de un mundo en el cual las personas daban sentido al tiempo a través de las experiencias, casi siempre vividas en compañía, antes que en la soledad de las pantallas?
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