Vinculada a la idea de opulencia, artesanía y factura impecable, la Alta Costura se traduce en la posibilidad, concedida a los directores creativos, de dar rienda suelta a los meandros de su creatividad que, en una mezcla de tradición y experimentación, pasado y futuro, elegancia e informalidad, conciben nuevos mundos estilísticos, donde la magia y los sueños son los protagonistas.
Por Zoe Magdalena Galán
Alta Costura significa la evolución de una tradición milenaria que, aun adaptándose a los tiempos contemporáneos, sigue conservando sus peculiaridades singulares y exclusivas. La concepción moderna de la Alta Costura está intrínsecamente ligada a la ciudad de París, gracias a su clima cultural libre y abierto, así como centro actual de algunas de las casas de moda más ingeniosas.
Vinculada a la idea de opulencia, artesanía y factura impecable, la alta costura se traduce en la posibilidad, concedida a los directores creativos, de dar rienda suelta a los meandros de su creatividad que, en una mezcla de tradición y experimentación, pasado y futuro, elegancia e informalidad, conciben nuevos mundos estilísticos, donde la magia y los sueños son los protagonistas.
Los orígenes de la Alta Costura están ligados a la historia del traje en la corte real francesa, empezando por la opulencia de la que Luis XIV gustaba rodearse, con su atención al detalle, sus suelas rojas y las concesiones y prohibiciones estilísticas impuestas a sus nobles, hasta el esplendor de María Antonieta y su afición a llevar vestidos confeccionados para ella por la sombrerera Rose Bertin. Conocida universalmente como una de las primeras modistas francesas, a Bertin le encantaba adornar los trajes con accesorios, como abanicos y sombrillas, con pasamanería y encajes, haciendo de cada una de sus creaciones una obra de arte.
Con la Revolución Francesa, la alta costura se embarcó en un proceso de innovación cuyo progreso continúa hasta nuestros días. Los sastres se convirtieron en el punto de referencia de nobles y ricos, alejándose del antiguo concepto de artesano y acercándose a la idea de una nueva figura, la de un artista dedicado a la creación de prendas y colecciones enteras, concebidas y diseñadas por él mismo. El modisto (o couturier).
El artífice de esta transición de la figura del sastre como simple artesano a la de un auténtico diseñador y creador de moda fue Charles Frederick Worth, un modisto nacido en Inglaterra que se trasladó a París fascinado por el mundo de la sastrería y el textil. En la capital francesa conoció a su futura esposa, que fue su musa inspiradora y para la que empezó a diseñar y producir varios modelos de vestidos envidiados.
Gracias a su talento creativo y a su ingenio innovador, Worth inició su rápido ascenso en el recién nacido mundo de la moda, abriendo su propio atelier y la primera verdadera casa de modas de París, en el número 7 de la rue de la Paix. Su consagración al éxito llegó cuando la Princesa de Metternich lució uno de sus vestidos durante un baile en las Tullerías. Este acontecimiento le introdujo en los salones más refinados y a partir de entonces su fama creció hasta tal punto que todos los nobles querían vestir sus creaciones. Entre ellas se encontraba también la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.
Charles Frederick Worth fue el primer modisto de la historia, o mejor dicho, el primer diseñador de moda, entendido como un artista creativo y no como un mero artesano del tejido. Fue el primero en poner una etiqueta a sus prendas, una forma de firmar sus creaciones y de ser recordado; en registrar los patrones que rubricaba, en evitar las imitaciones y en introducir el concepto de desfile de moda. Las muñecas que hasta entonces se utilizaban para difundir diferentes modas y estilos fueron sustituidas por maniquíes reales, las primeras modelos femeninas de la historia, precursoras de las modelos actuales.
Con él, la moda entró en la era moderna: los talleres artesanales se convirtieron en ateliers de lujo, luego en refinados salones donde los estilistas recibían a sus exclusivas clientas, experimentando con cortes y formas, materiales y tejidos, estilos y colores; hoy, en maisons.
Nace la exclusividad del traje a medida: una peculiaridad adoptada por todos los modistos de finales del siglo XIX y principios del XX, de Paul Poiret a Coco Chanel, de Elsa Schiaparelli a Cristóbal Balenciaga, que aún hoy hace que la alta costura esté intrínsecamente ligada al concepto de unicidad, de un traje singular, perfectamente cosido, según las medidas y formas de un individuo preciso, con tejidos preciosos y una confección impecable.
La Alta Costura se convirtió en una denominación oficial y legalmente registrada el 23 de enero de 1945, pero tras la Segunda Guerra Mundial, la moda sintió la necesidad de dirigirse a un público más amplio, aunque los modistos se mostraran reacios a abrir sus puertas a la democracia. En Estados Unidos, ante todo, entre imitaciones y nuevas formas de producción, se extendió una nueva manera de hacer moda, que se inspiraba en los modelos de los modistos, pero los reproducía industrialmente a un precio más bajo.
Fue el fin de la extraordinariedad del vestido, por ser único e inimitable, y el comienzo del prêt-à-porter y, en consecuencia, de lo que hoy llamamos, in extremis, fast fashion.
A pesar de los avances hacia una moda más inclusiva y menos formal, la Alta Costura sigue manteniendo hoy su exclusividad, configurándose como la máxima expresión del arte y la creatividad de una maison, vanguardia estilística y creativa, y la opción adecuada para celebridades y miembros de la realeza, alfombras rojas y grandes eventos de gala.
Sólo unas pocas maisons pueden desfilar durante la Alta Costura: son las que aprueba anualmente una comisión especial dirigida por la Chambre Syndicale de la Couture y dependiente del Ministerio de Industria francés. Para ser consideradas como tales, deben respetar ciertos parámetros, como: tener un taller en París que emplee al menos a 20 miembros técnicos que trabajen a tiempo completo; confeccionar las prendas totalmente a mano (cada detalle es controlado a la perfección por les petit mains, las costureras que realizan este trabajo meticulosamente) y a medida para cada clienta individual, que debe poder probárselas personalmente; presentar al público dos colecciones al año, en enero y julio, obviamente en París, con no menos de 50 creaciones.
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