La música, un lenguaje universal, tiene el poder de evocar emociones, aliviar el estrés y potenciar nuestra salud.
Por Mario Medina Lafuente
La música no es solo una forma de entretenimiento; es una poderosa herramienta que puede transformar nuestras vidas de formas que a menudo subestimamos. La música influye en nuestras emociones y bienestar Desde tiempos inmemoriales, la música ha sido parte fundamental de la experiencia humana. Un estudio realizado por la Universidad de Stanford reveló que la música es uno de los estímulos más poderosos para generar sensaciones en el cuerpo humano. Cuando escuchamos música, no solo se activan las zonas del cerebro dedicadas a la audición, sino que también se involucran áreas relacionadas con las emociones, la memoria y el placer.
Los niños, en particular, aprenden a reconocer y expresar sus emociones a través de la música antes que a través de las palabras. Esta conexión emocional hace que la música sea una herramienta valiosa en la educación y el desarrollo infantil. Tocar un instrumento musical, por ejemplo, puede amplificar la agilidad cerebral y fomentar habilidades cognitivas importantes.
Los beneficios de la música no se limitan a la esfera emocional. Escuchar música activa una serie de mecanismos en el cerebro que liberan dopamina, serotonina y endorfinas, neurotransmisores que están relacionados con el placer, la felicidad y la reducción del dolor. Estos efectos neuroquímicos pueden ser especialmente beneficiosos en momentos de estrés, ansiedad o depresión.
La musicoterapia, una disciplina en crecimiento, ha demostrado ser eficaz en el tratamiento de diversos trastornos. Estudios recientes han mostrado que los síntomas de ansiedad y depresión disminuyen significativamente en pacientes tratados con música, superando incluso los resultados de terapias farmacológicas tradicionales. Además, la música puede ayudar a reducir la presión arterial y ralentizar el ritmo cardíaco, lo cual es crucial para manejar el estrés.
Solemos asociar la música con el ocio y la diversión, pero su impacto va más allá. La música puede ser un aliado poderoso en el ámbito deportivo. Conocido como «dopaje sonoro», el uso de música durante el ejercicio puede aumentar la resistencia física hasta en un 15%. La música estimula la producción de dopamina y endorfinas, proporcionando un efecto relajante y motivador que ayuda a los atletas a superar su propio límite.
Diversos estudios demuestran cómo la música puede mejorar el rendimiento atlético al estimular la actividad mental y facilitar la sincronización de movimientos. Además, las listas de reproducción específicas pueden adaptarse a diferentes tipos de ejercicios, optimizando así el rendimiento físico.
La música también actúa como un puente que une generaciones. En tiempos de crisis, como el confinamiento por la pandemia de COVID-19, la música se convirtió en un medio para mantener la conexión social. A través de conciertos virtuales y sesiones en redes sociales, los artistas ofrecieron un respiro emocional a millones de personas, recordándonos el poder de la música para unir a la humanidad.
Desde el canto en los balcones hasta las playlists compartidas entre amigos y familiares, la música ha demostrado ser un lenguaje universal que trasciende diferencias y fomenta la cooperación. A través de ella, se han recaudado fondos para causas solidarias y se han promovido iniciativas de paz en todo el mundo, demostrando su capacidad para hacer el bien.
Y por último, hablamos de un fenómeno curioso relacionado con la música y la danza (la mayor aliada de la música): el caso es el de la «peste danzante» de 1518, ocurrida en Estrasburgo. En el mes de julio de aquel año, bajo la mirada sorprendida de sus vecinos, una mujer llamada Frau Troffea comenzó a bailar en las calles de la ciudad de la ciudad. No había música y el rostro de la mujer no mostraba expresión alguna de alegría. Parecía más bien poseída por algo sobrenatural. Frau Troffea parecía incapaz de detener su frenesí. La peste danzante de 1518 había comenzado. Si se hubiera tratado de un incidente aislado, los ancianos de la ciudad podrían haberlo atribuido a la locura o a una posesión demoníaca. Sin embargo, pocas horas después de que Troffea comenzara a bailar, otro habitante de la ciudad se unió a ese extraño baile. Y luego otro. Y otro… Al cabo de una semana, más de treinta personas estaban bailando sin control, sin parar, día y noche, por las calles de la ciudad. Y la cosa no quedó ahí. En poco menos de un mes, más de 400 otros ciudadanos de Estrasburgo habían sido arrastrados por el fenómeno y estaban bailando por las calles de la ciudad sin que nadie consiguiera pararles.
Las autoridades médicas intervinieron solamente en el momento en el cual algunos de los bailarines empezaron a fallecer debido a infartos, fatiga o apoplejías. Por alguna razón inexplicable, estos “expertos” sentenciaron que la cura para el baile iba a ser el bailar más. Así que mandaron a construir un escenario de madera para que unos músicos pudieran tocar y acompañar a los bailarines. Los investigadores modernos siguen analizando minuciosamente lo ocurrido, con el objetivo de encontrar alguna teoría lógica y poder así encontrar unas explicaciones científicas sobre las causas de lo que ocurrió en aquellos días de 1518 en la ciudad de Estrasburgo. La única teoría barajada hasta ahora, que todavía está por demostrar, es que todo se debió a la agricultura. La afección llamada ergotismo se produce cuando los granos de centeno son atacados por un moho específico. Comer el centeno infectado puede provocar convulsiones. Sin embargo, esa teoría no convence mucho a los investigadores científicos, ya que los movimientos de los afectados descriptos en la literatura de la época, se parecían mucho más a danzas tradicionales que a convulsiones.