Elegancia con calma. Cada palabra suya tiene la precisión de un gesto bien pensado: sin prisa, sin exceso, con esa naturalidad que solo alcanzan quienes han aprendido a observar antes de actuar.
Por Estíbaliz Cazorla
María José Gómez y Verdú nos habla de su visión del protocolo desarma prejuicios. No hay rigidez, ni artificio, sino una invitación a entender el saber estar como un lenguaje que ordena y embellece la convivencia. Habla de la pausa, de la cortesía, de los silencios que dicen más que una frase. Y mientras lo hace, comprendes que lo que defiende no es un conjunto de normas, sino una actitud ante el mundo: la del cuidado, la atención y la belleza.
En Protocolo Pop, su libro más reciente, propone acercar la etiqueta a la vida cotidiana y despojarla de solemnidad. Defiende un protocolo que no excluye, sino que educa. Es decir, que no impone, sino que armoniza. Su visión rescata la importancia del detalle y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
En esta conversación, hablo con María José sobre el valor de la pausa, el poder de la imagen, el papel de la belleza y el lujo entendido como equilibrio.
Habla de empatía, de educación emocional y de cómo el protocolo puede seguir siendo una herramienta útil para vivir con elegancia. Su mirada invita a pensar que el saber estar no es una cuestión de clase, sino de conciencia. Y que, en última instancia, la elegancia es una forma de cuidar el mundo que habitamos.

Slocum Magazine: María José, hablas del protocolo no como un conjunto de normas, sino como una forma de atención hacia los demás. Esa idea transforma completamente la percepción de lo que muchos consideran “formalidad”. ¿Dónde empieza la elegancia que no busca mostrarse, pero se hace notar? Quizás en el trato, en la mirada, en la forma de escuchar.
María José: Gracias por tu observación, es muy cierta. Creo que la elegancia genuina comienza mucho antes de cualquier gesto visible o regla aprendida; nace de la intención con la que nos relacionamos con los demás. Cuando entendemos el protocolo no como un conjunto rígido de normas, sino como una forma de respeto y consideración, la “formalidad” deja de ser una máscara y se convierte en una expresión natural de empatía.
Esa elegancia silenciosa se manifiesta en los pequeños detalles: en la atención auténtica, en la escucha sin prisa, en la mirada que reconoce al otro. No busca destacar, pero inevitablemente se nota, porque genera bienestar y armonía a su alrededor. En ese sentido, la verdadera elegancia no está en el adorno, sino en la actitud; no en el querer impresionar, sino en el saber acoger.
S.M: Vivimos rodeados de prisa, de respuestas instantáneas, de agendas que no dan tregua. Sin embargo, tú hablas de la pausa como una forma de presencia. ¿Qué lugar ocupa el silencio, la espera, el gesto medido en la construcción del buen gusto? ¿Se puede educar la calma?
M.J: Es cierto, vivimos en una dinámica que premia la rapidez, como si detenerse fuera un lujo que no podemos permitirnos. Pero creo que la pausa tiene un valor enorme: nos devuelve al presente y nos conecta con lo esencial. Cuando aprendemos a detenernos, a escuchar sin interrumpir, a mirar con atención, estamos cultivando una forma de presencia que se nota, aunque no haga ruido.
El silencio, la espera y los gestos medidos tienen mucho que ver con el buen gusto, porque reflejan equilibrio, respeto y sensibilidad. No se trata de aparentar calma, sino de sentirla. De entender que no todo requiere una respuesta inmediata, y que muchas veces la verdadera elegancia está en la serenidad con la que respondemos al mundo.
Y sí, la calma se puede educar. Se aprende con la experiencia, con la empatía, y con el deseo de vivir más conscientes. Al final, es una elección diaria: la de estar presentes, incluso en medio del ritmo acelerado que nos rodea.

S.M: Creo que tú entiendes la estética como parte de la educación. Te has especializado en la comunicación no verbal: los gestos, la postura, la manera de entrar a una habitación. En tu discurso hay una defensa de la belleza como disciplina. ¿Crees que la estética puede enseñar valores? ¿Estás de acuerdo conmigo en que la armonía externa refleja un equilibrio interior?
M.J: Sí, estoy convencida de que la estética va mucho más allá de lo visual; es una forma de educación en sensibilidad, respeto y coherencia. La manera en que nos movemos, cómo miramos, cómo ocupamos un espacio o saludamos, comunica mucho más que las palabras. Por eso, entender la estética como disciplina no es superficial, sino profundamente humano: nos ayuda a tomar conciencia de cómo nuestras acciones pueden generar bienestar y armonía en los demás.
Creo firmemente que la belleza puede enseñar valores. A través del cuidado, la proporción y la atención al detalle, aprendemos responsabilidad, empatía y respeto. La estética educa la mirada, pero también el corazón.
Y sí, comparto completamente esa idea: la armonía externa suele ser reflejo de un equilibrio interior. Cuando estamos en paz con nosotros mismos, esa serenidad se traduce en nuestra presencia, en nuestros gestos y en la forma en que nos relacionamos. La verdadera elegancia no se impone, se irradia desde dentro.
S.M: Tu libro Protocolo Pop propone una idea fascinante: sacar el protocolo del salón de gala y llevarlo al café, al metro, a la conversación de cada día. ¿Cómo se logra modernizar la cortesía sin convertirla en una moda pasajera? ¿Qué mantiene viva su esencia cuando se acerca al lenguaje común?
M.J: La idea de Protocolo Pop nace precisamente de esa necesidad de reconciliar la cortesía con la vida cotidiana. Durante mucho tiempo se asoció el protocolo con la rigidez o con los grandes eventos, pero en realidad su sentido más profundo está en lo cotidiano: en cómo saludamos, cómo escuchamos o cómo compartimos un espacio. Modernizar la cortesía no significa vaciarla de contenido, sino adaptarla a los tiempos que vivimos, donde la naturalidad y la autenticidad son fundamentales.
Para que no se convierta en una moda pasajera, la clave está en mantener viva su esencia: el respeto, la empatía y la consideración por los demás. Cuando la cortesía nace del deseo genuino de hacer sentir bien al otro, no hay tendencia que la desgaste.
Acercar el protocolo al lenguaje común es recordarnos que la educación y la elegancia no pertenecen a un contexto social o económico, sino a una actitud frente a la vida. Es, en definitiva, una forma de convivencia más humana, más amable y más consciente.

S.M: En Slocum hablamos del lujo no como ostentación, sino como un modo de vida basado en la sensibilidad. Hay lujo en el tiempo, en el gesto, en la forma de mirar. ¿Dirías que la buena educación, la empatía y la discreción son hoy las nuevas formas de lujo?
M.J: Sin duda. Creo que estamos viviendo un cambio profundo en la manera de entender el lujo. Hoy ya no se mide en lo que se posee, sino en la forma en que se vive y se comparte. Hay un lujo enorme en tener tiempo, en poder escuchar sin prisa, en cuidar los gestos y en elegir la palabra adecuada. En ese sentido, la buena educación, la empatía y la discreción son expresiones de un lujo más consciente, más humano y duradero.
La buena educación es un acto de respeto; la empatía, una forma de conexión auténtica; y la discreción, una manera de dar espacio al otro. Ninguna de ellas busca mostrarse, pero todas se hacen notar, porque crean armonía y confianza. Son valores que no dependen de la apariencia, sino de la actitud.
Quizás el verdadero lujo hoy sea precisamente eso: vivir con sensibilidad, con atención y con calma en un mundo que suele ir demasiado rápido.
S.M: Personalmente, creo en el poder de la imagen. Tú has analizado muchas puestas en escena: recepciones oficiales, actos reales, presentaciones públicas. Observas los matices de un saludo, una inclinación o un color elegido como quien descifra un idioma. ¿Qué poder tiene la imagen dentro del protocolo? ¿Hasta qué punto un gesto puede construir autoridad o revelar vulnerabilidad?
M.J: La imagen tiene un poder inmenso dentro del protocolo porque es el primer lenguaje que todos entendemos, incluso antes de pronunciar una palabra. Un gesto, una postura o una elección de color comunican intención, actitud y emociones. La imagen no se trata solo de estética, sino de coherencia: cuando lo que se ve coincide con lo que se dice y se hace, se genera credibilidad.
Un gesto puede construir autoridad cuando transmite seguridad, respeto y serenidad. Pero también puede mostrar vulnerabilidad, y eso no siempre es negativo. La vulnerabilidad, bien entendida, humaniza, acerca y genera empatía. Lo importante es que la imagen refleje verdad; que no sea una máscara, sino una extensión natural de la persona y del mensaje que desea transmitir.
En el fondo, el poder de la imagen está en su capacidad de conectar. Porque más allá de los símbolos o las formas, lo que permanece es la autenticidad con la que nos presentamos al mundo.

S.M: La comunicación se ha trasladado a las pantallas. Los saludos a menudo son emojis o gifts, las reuniones se hacen por videoconferencia, sin mirar a los ojos. Y sin embargo, sigue siendo necesario un orden, un modo. Si pudieras redactar un código de etiqueta para el mundo digital, ¿qué tres principios deberían estar en su primera página?
M.J: Si tuviera que redactar un código de etiqueta para el mundo digital, comenzaría con tres principios muy simples, pero esenciales: respeto, autenticidad y presencia.
El respeto sigue siendo la base de toda comunicación, también en lo virtual. Significa cuidar el tono, los tiempos y la forma en que nos dirigimos a los demás, incluso cuando no compartimos el mismo espacio físico. Cada mensaje, cada gesto digital, tiene un impacto en quien lo recibe.
La autenticidad es fundamental en un entorno donde las apariencias se multiplican. Ser coherentes entre lo que decimos, mostramos y sentimos nos devuelve humanidad en medio de tanta inmediatez. La cortesía digital no debería ser un disfraz, sino una extensión natural de nuestros valores.
Y por último, la presencia: aprender a estar realmente en la conversación, aunque sea a través de una pantalla. Escuchar, mirar con atención, no responder de manera automática. La tecnología nos conecta, pero la presencia es la que verdaderamente nos vincula.
En definitiva, la etiqueta digital no busca imponer reglas nuevas, sino recordarnos algo antiguo: que detrás de cada pantalla sigue habiendo una persona.
S.M: María José, ¿podríamos decir que el protocolo enseña empatía? Lo digo porque en ocasiones, hablas de que el protocolo es, sobre todo, una forma de respeto. No se trata de uno mismo, sino de la mirada hacia el otro.
M.J: Sí, absolutamente. El protocolo, entendido desde su verdadera esencia, es una escuela de empatía. A menudo se percibe como un conjunto de normas o formalidades, pero en realidad su propósito más profundo es el respeto hacia los demás. Cada gesto, cada palabra, cada forma de actuar está pensada para generar armonía, para hacer que el otro se sienta cómodo, reconocido y valorado.
El protocolo nos enseña a salir de nosotros mismos, a mirar más allá de lo que necesitamos o queremos, y a considerar cómo nuestras acciones afectan a quienes nos rodean. Es una forma de empatía aplicada: transformar la sensibilidad en comportamiento.
En definitiva, cuando el protocolo se vive desde el respeto y la consideración, deja de ser una obligación para convertirse en una manera de cuidar. Y cuidar al otro, con atención y delicadeza, es una de las expresiones más sinceras de empatía.

S.M: Tu trabajo combina clasicismo y frescura, rigor y naturalidad. Hay algo profundamente mediterráneo en tu idea del saber estar: la luz, la cercanía, el gesto medido pero cálido. Me encantaría saber, ¿quiénes te inspiran? ¿Qué personas, épocas, lecturas, películas… han influido en tu manera de entender la elegancia?
M.J: Mi manera de entender la elegancia es un mosaico de influencias, que combina tradición y sensibilidad contemporánea. Me inspiran personas que logran unir presencia y calidez: desde figuras históricas como Jacqueline Kennedy Onassis, por su discreción y saber estar, hasta Grace Kelly, cuyo glamour se combinaba con una presencia serena y cercana. También admiro a Diana de Gales, ejemplo de empatía y cuidado en el trato con los demás, a la Reina Sofía, cuya sencillez y cercanía reflejan un equilibrio entre autoridad y calidez, y a Coco Chanel, por su capacidad de unir sobriedad y frescura en la estética.
En cuanto a épocas, me atraen aquellos momentos en los que la estética y la cultura caminaban de la mano: la simplicidad y el equilibrio del clasicismo reinterpretado con frescura. Las lecturas también han sido determinantes: desde El arte de la cortesía de Pierre de La Primaudaye hasta Etiqueta y estilo en la vida diaria de Letitia Baldrige, libros que reflexionan sobre conducta, sensibilidad y atención al detalle; y Cómo ganar amigos e influir sobre las personas de Dale Carnegie, que profundiza en la empatía y la comunicación efectiva.
En el cine, encuentro inspiración en películas como La Reina (2006), que muestra el poder de la discreción y la presencia, o Breakfast at Tiffany’s (1961), ejemplo de elegancia natural y sutileza en gestos y comportamientos. También A Room with a View (1985) refleja cómo los matices de la etiqueta y la interacción social pueden transmitir valores y armonía.
Al final, la elegancia que me interesa es la que se siente y se transmite, más que la que se muestra. Es un equilibrio entre rigor y naturalidad, entre atención al detalle y capacidad de conectar con los demás de manera cercana y sincera. La inspiración, entonces, viene tanto de lo que admiramos en los demás como de nuestra propia experiencia al aprender a mirar y escuchar con cuidado.
S.M: Por último me encantará saber, ¿qué es lo más que te gusta de Slocum Magazine?
M.J: Lo que más me gusta de Slocum Magazine es cómo logra combinar sensibilidad, cultura y actualidad, sin perder elegancia ni cercanía. Me encanta que no se limite a mostrar tendencias, sino que también invite a la reflexión sobre valores, estilo de vida y maneras de relacionarnos con el mundo.
Aprecio especialmente su capacidad de hacer que temas como el protocolo, la estética y la buena educación se sientan cercanos y aplicables a la vida cotidiana, sin perder profundidad ni rigor. Slocum no solo informa, sino que inspira, conecta y provoca que quien la lee quiera mirar, escuchar y actuar con más atención y cuidado.
Tienes todo sobre María José en su web protocoloyetiqueta.es
Sus formaciones sobre protocolo y etiqueta están aquí.
Y su libro Protocolo Pop, lo tienes aquí.

Estíbaliz Cazorla es especialista en comunicación estratégica e identidad verbal para marcas. Fundadora de Mirar para Crear. Más aquí
