Gracias a la maravillosa oportunidad que me brindó Slocum Magazine, he podido disfrutar de un viaje inolvidable, explorando algunos de los destinos más icónicos para el surf.
Por Berenice “Mizzy” Lopéz
A través de la maravillosa oportunidad que me brindó Slocum Magazine, he podido disfrutar de un viaje inolvidable, explorando algunos de los destinos más icónicos para el surf. Cada ola, cada puesta de sol y cada nuevo encuentro ha dejado una huella imborrable en mi corazón.
En este diario de viaje, compartiré mis experiencias, mis aprendizajes y las emociones vividas. Aquí un resumen de lo vivido.
Desde Mundaka, pasando por Nazaré, por las tranquilas playas de Bali y por las desafiantes olas de Australia, hasta llegar a Hossegor… acompáñame en este recorrido por mis experiencias y aprendizajes tras nueve meses de surf y emociones. Ha sido un viaje en el cual he podido disfrutar de lugares mágicos, aprender mucho acerca del surf y conectar con personas maravillosas. Cada parada ha estado repleta de sorpresas y enseñanzas, desde la emoción de deslizarme sobre las olas hasta las historias compartidas con otros surfistas alrededor del mundo. Esta travesía de más de nueve meses, organizada por el equipo de la revista, me ha llevado a diferentes rincones del planeta, explorando las playas más emblemáticas y aprendiendo de unos verdaderos maestros del surf y de la vida.
Mi viaje empieza en Mundaka, una pequeña localidad en el norte de España. Nada más llegar conozco a Mónica, apasionada de surf que vive en Barcelona y que, desde hace más de diez años frecuenta esta zona en busca de las mejores olas. Tomando un café caliente en la terraza del pequeño hotel en el cual ambas nos alojamos, me dice: “En el surf, el mejor es aquel que más se divierte”. Esta frase representará un mantra que resonará en mi cabeza durante todo el largo viaje que me espera.
Cada interacción con atletas y apasionados del surf con los cuales me encontraré a lo largo de mi experiencia alrededor del mundo, me recordará que, independientemente de los trofeos y de los logros, todos los amantes del surf comparten esa chispa de alegría y que la pasión compartida por las olas crea conexiones profundas y a menudo divertidas.
A lo largo de los días pasados en Mundaka, conozco también a Samuel, un surfista brasileño de 28 años. Compartimos horas juntos en el mar esperando las mejores olas, además de unos cuantos pintxos y copas de vino Txacolí al aterdecer. De nuestras conversaciones me llevo sus frases más valiosas acerca del surf. Una de ellas, que merece la pena recordar es: “Hay que entrar de lado y ceder el paso al que ha tomado la ola”. Este principio de meritocracia se expande hacia la vida: reconocer el trabajo y las experiencias de los demás, un principio que tanto el surf como la vida misma parecen exigir.
En cada conversación que mantengo con los apasionados del surf con los cuales me cruzo en Mundaka, las palabras que escucho – y que hago mías – me hacen darme cuenta de que todos los apasionados del surf comparten un profundo amor y respeto por el océano, comprendiendo que es en el mar y en la unión de agua y vida, que ellos encuentran esa conexión tan profunda y enriquecedora con la naturaleza. Desde la sencillez de cada ola hasta la vastedad de los océanos, cada surfista lleva consigo la responsabilidad de cuidar el entorno, respetar el mar como sagrado.
Segunda etapa: Nazaré, Portugal. El primer recuerdo es la sensación inolvidable que sentí al contemplar la grandeza de las olas que golpean la costa. Aquí se practica el surf extremo, disciplina de la cual el atleta Garrett McNamara, surfista norteamericano, es el gurú. Él vive aquí con su familia, y todo el mundo habla de él como de quien ha transformado este pequeño pueblo de pescadores en la meca internacional del surf que es en la actualidad.
Durante una aperitivo con un grupo de surfistas, me encuentro con Hugo, un surfista local. Mientras me cuenta su experiencia surfeando las gigantescas olas, accidentalmente derramo vino sobre su camiseta. En lugar de molestarse, sonríe y me dice: “No hay nada que un buen surfista no pueda superar”. Esa misma noche vivimos una experiencia singular, donde la camaradería se entrelaza con burlas y entusiasmo, compartimos risas que se sienten tan grandes como las olas que los más “kamikazes” cabalgan en esta localidad increíble que es Nazaré. Antes de despedirme de Portugal, conozco a un grupo de españoles que están visitando la zona con la idea de comprar un terreno sobre el cual construir un pequeño hotel. Son todos apasionados por el surf.
Sus experiencias vividas gracias a la pasión por el surf que les une me fascinan y me regalan lecciones que van más allá del surf.
Este viaje no solo me permite sentir la adrenalina de las olas, sino también valorar la importancia de la comunidad, la diversión y la perseverancia. Aprendo que el verdadero surfista compite solo consigo mismo, y el verdadero desafío está en buscar la conexión con la tabla y el mar. Pablo, apasionado del surf desde que era niño, me dice que “si lo piensas bien, la vida en el fondo no es otra cosa que un viaje, es surf, constante movimiento”. Mientras descanso en la orilla, en mi último día en Portugal, tumbada al lado de mi tabla, vuelvo a pensar en esas palabras y reflexiono sobre todas las historias, personas y lecciones que me han acompañado en estos días en Mundaka y Nazaré. Sigo recordando también las palabras que leí pocas horas antes de empezar este viaje, aquellas del grande maestro del surf Duke Kahanamoku que dicen: “Las olas te esperan donde tú las buscas”. En este viaje, presiento que encontraré mucho más que olas; encontraré una comunidad, un hogar en las costas del mundo, y un profundo amor por el arte de surfear.
La última noche, Hugo decide llevarme a probar la famosa caldeirada, un guiso de pescado local, en un restaurante en el centro del pueblo. Cuando llega nuestra comida, digo a Hugo que nunca he sido muy atrevida con el marisco. Armada de valentía, decido que sí o sí tengo que probar esta especialidad… y lo hago. La expresión en mi rostro es de sorpresa total: es una explosión de sabores divinos. Esa expresión en mi rostro desata una risa contagiosa en Hugo y termina convirtiéndose en una anécdota emblemática de esa última noche en Nazaré.
Esos momentos hilarantes y emocionantes entre surf, comida rica y paisajes espectaculares han forjado una amistad que siento que durará para siempre. Las distancias y las diferencias se desvanecen cuando compartes risas, aventuras y buenos recuerdos.
Seguimos… No veo la hora de ver qué nuevas sorpresas me esperan en mi próximo destino: Bali.
Llego a Bali y estoy muy cansada pero, al mismo tiempo, tengo muchas ganas de conocer este lugar mítico. El surf, en su esencia más pura, es libertad, conexión y una celebración de todo lo que la vida tiene para ofrecer. Quiero disfrutar a tope.
En Bali conozco a tres chicas “guerreras” y encantadoras, que llegan desde Estados Unidos. Ese encuentro representará uno de los regalos más valiosos que me ha hecho esta experiencia.
Sondra, para las amigas “Sandy”, la primera de las tres, es la cómplice que siempre está dispuesta a explorar y probar cosas nuevas. Su pasión por el surf nació de su amor por la naturaleza y la adrenalina. Lo que más he aprendido de ella es la importancia de salir de la zona de confort. Ella siempre dice: «El miedo es solo una parte del viaje». Me ha enseñado a enfrentar las olas más grandes, incluso cuando mis piernas tiemblan. Sandy me mostró que el surf es, ante todo, una forma de conectarnos con el mar y con uno mismo. Gracias a ella, aprendí a apreciar cada caída como una oportunidad para levantarme con más fuerza.
Jane, es la analítica del grupo, siempre investigando y buscando la mejor manera de dominar las técnicas de surf. Desde nuestro primer chapuzón juntas, me enseñó que el surf no solo es cuestión de instinto, sino también de estrategia. Con su paciencia infinita, me mostró la importancia de la postura, el equilibrio y la respiración. Cada vez que me caía, su consejo era: «Visualiza la ola, siente su ritmo». Gracias a su enfoque metódico, he aprendido a ser más consciente de mi cuerpo y a entender cómo leer el mar. Para Jane, el surf es un arte que se perfecciona con práctica y dedicación.
Greta es la amiga que da un toque espiritual a nuestras aventuras. Con su mirada introspectiva, me ha enseñado que el surf va más allá de la técnica. Ella siempre habla de la conexión entre la mente, el cuerpo y el océano. A través de sus historias, he comprendido que el surf es una forma de meditación en movimiento. Ella es quien me ha inspirado a estar presente en cada momento sobre la tabla y a escuchar lo que el mar tiene que enseñarme. Su mantra es: «Deja que la ola te lleve». Gracias a su sabiduría, he aprendido a fluir y disfrutar el viaje, sin aferrarme al resultado.
Una mañana, las cuatro decidimos explorar el famoso Mercado de Arte de Ubud. Compramos cuatro pulseras, una cada una. Cada vez que vuelvo a mirar mi pulsera, recuerdo con gran cariño ese encuentro y la conexión que sigo percibiendo con esas tres chicas “guerreras”, a pesar de la distancia. Recuerdo nuestras charlas nocturnas profundas, reflexivas y a menudo muy divertidas.
Cada una de estas amigas ha dejado su huella en mi forma de ver el surf. Sandy me impulsó a la aventura, Jane me enseñó la técnica y Greta me abrió la mente a la filosofía del deporte. Juntas, me han hecho comprender que el surf es un viaje personal, lleno de lecciones y amistades valiosas. Gracias a ellas, estoy lista para enfrentar cada ola con confianza y gratitud.
Los recuerdos de esos días y las enseñanzas del surf quedarán grabados en mi corazón, preparándome para futuras olas y aventuras por venir.
Nueva etapa del maravilloso viaje en busca de olas, amigos y enseñanzas: Australia. Después de una visita de dos días a Sidney, llego a las playas de la Gold Coast. Entre ellas está Surfers Paradise y sus playas cercanas (The Spit, Main Beach, Broadbeach, Miami y Nobby). Son especialmente idóneas para principiantes como yo, porque en muchas ocasiones el mar está bajo y no hay corrientes. Allí conozco a Jane y Mark, una pareja de surfistas californianos que, a sus más de 60 años, irradian una energía vital que me envuelve. Su entusiasmo es contagioso; siento que me inspiran a redescubrir el significado del amor y la aventura, y me recuerdan que nunca hay un límite de edad para compartir experiencias auténticas y emocionantes.
Jane, con su cabello plateado que brilla como un abrazo de sol, me cautiva con su risa melodiosa. Cada vez que narra una anécdota —cada ola de su pasado—, sus ojos azules parecen iluminarse, reflejando la inmensidad del océano. A su lado, Mark, robusto y con una barba canosa que enmarca su rostro amable, habla con una voz profunda y cálida que resuena con la pasión que siente por el surf. Me doy cuenta de que lo que están compartiendo va más allá de un deporte; es una forma de vida.
Mientras me cuentan sobre el surf, empiezo a entender todavía más cuanto cada ola represente una conexión con la naturaleza, un ritual de respeto hacia el mar.
Jane recuerda su primer viaje a Australia; el brillo en sus ojos se intensifica cuando relata cómo decidieron surfear bajo la luz tenue de la luna, emocionados por la experiencia. Me hace reír cuando menciona el momento de aquella noche en que algo diminuto bajo el mar rozó su pierna. En vez de sentir miedo, empezaron a reírse y chapotear, transformando un pequeño susto en una anécdota que los acompaña hasta hoy. “Bailamos en el agua a la luz de la luna, como si el mar estuviera celebrando nuestra locura,” contó Jane, y yo al escucharle pude sentir la magia de aquel momento.
Mark toma la palabra y comparte su historia favorita, un recuerdo entrañable de un viaje a Costa Rica. Me cuenta cómo conocieron a una joven local, de unos 15 años de edad más o menos, mientras surfeaban; la manera en que sus ojos se iluminan al recordar ese día es palpable. Invitaron a esa chica a unirse y pasaron horas disfrutando juntos en el mar. Puedo imaginar la felicidad que experimentaron cuando, al final del día, la joven les agradeció la experiencia vivida dibujando en la arena una ola perfecta con una pareja riendo surfeando en ella. “Cada ola tiene una historia, y compartirlas a menudo las hace aún más hermosas,” reflexiona Mark, y no puedo evitar sonreír ante la profundidad de sus palabras.
La conversación avanza y me doy cuenta de que no solo han surfeado las olas, sino que han surfeado también las tempestades de la vida juntos. Su amor brilla con una fuerza inquebrantable, y su conexión refleja el respeto que sienten el uno por el otro y, al mismo tiempo, por el mar. Me enseñan que, así como se levantan tras cada caída en el surf, en la vida es vital seguir persiguiendo nuevas aventuras y experiencias, sin importar cuánto de desafiantes puedan parecer.
Al finalizar nuestra charla, me siento llena de gratitud por haber compartido este tiempo con Jane y Mark. Su filosofía resonará en mí mucho después de este encuentro, recordándome la importancia de celebrar la vida, de buscar la belleza en cada momento y de nunca dejar de navegar hacia nuevas olas, sin importar la edad.
Me espera un largo viaje, voy de regreso a Europa. Destino: Hossegor. Hossegor, es un pueblo costero en el suroeste de Francia y es reconocido mundialmente como uno de los mejores destinos para surfistas. Lo que hace especial a este lugar son sus impresionantes olas, que son perfectas para surfear durante gran parte del año. Las olas potentes y consistentes, combinadas con un ambiente costero relajado, atraen tanto a principiantes como a surfistas experimentados. Además, sus playas de fina arena y su clima templado contribuyen a crear un entorno ideal para disfrutar del surf y de la naturaleza.
El pueblo de Hossegor no solo es famoso por su práctica del surf, sino también por la vibrante energía que se respira en sus calles . El centro de Hossegor está lleno de boutiques, cafeterías y restaurantes que ofrecen delicias locales, lo que lo convierte en un lugar perfecto para relajarse después de un día en el agua. La gente es acogedora y la comunidad está principalmente compuesta por amantes del mar, lo que añade un toque especial al ambiente. Los atardeceres sobre el océano son simplemente impresionantes, creando una atmósfera mágica que invita a compartir momentos inolvidables con amigos.
Una mañana, mientras estoy con unos amigos surfistas conocidos allí, decidimos iniciar el día temprano y aventurarnos a las olas. El sol brilla y la brisa marina es perfecta. Sin embargo, mi nuevo amigo David, que es bastante novato en el surf, se muestra un poco nervioso. Mientras todos nos preparamos, él intenta hacer algunos estiramientos, pero en un momento de distracción, termina atropellado por una tabla de surf que llega con fuerza desde el mar, empujada por las olas. Su reacción es tan cómica que todos comenzamos a reírnos, pero el verdadero espectáculo viene cuando, al intentar levantarse, termina cayendo una y otra vez, aturdido. La escena es tan graciosa que no podemos contener las risas. Para colmo, una gaviota decide «marcar su territorio» justo sobre él en ese instante. Desde ese día y en todos los días que seguirán en Hossegor, cada vez que volveremos a surfear, le recordaremos que se mantenga alejado de las gaviotas y que, por favor, trate de no convertirse en parte de la playa.
El tercer día en Hossegor me encuentro frente a un mar que parece decirme “vente, hoy estoy perfecto para que puedas disfrutar de mis olas”. Estoy emocionada, ya que es un sueño surfear aquí. Mientras estoy en el agua, me doy cuenta de que un grupo de surfistas locales se está riendo de algo. Al mirar hacia el horizonte, veo una ola enorme acercándose y, sintiéndome valiente, decido intentar conquistarla. Justo cuando empiezo a remar, la ola me empuja de una forma tan abrupta que mi tabla vuela hacia delante y yo me siento impulsada hacia atrás como un cohete. Aterrizo en el agua con un chapuzón espectacular, y lo único que escucho a lo lejos es el eco de las risas de los surfistas. Pero, lo más gracioso es que, cuando salgo a la superficie, veo que he arrastrado a una persona que iba caminando en la orilla, que nada tiene que ver con el surf. Su cara de sorpresa es impagable. Desde entonces, se ha ganado el título de «surfista accidental». Con esa ola y mi ridícula performance, le regalé su primera lección de surf… ¡aunque sin tabla! Por suerte reaccionó bien y se lo tomó a risas.
Por la tarde noche decido relajarme un poco. Necesito ordenar las ideas y escribir. La brisa suave de la tarde acaricia mi piel mientras el sol se despide en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y violetas. El sonido de las olas rompiendo es una melodía constante que envuelve el ambiente. Estoy en un pequeño chiringuito en la playa, un paraíso, y conozco a “Kai”, aunque su verdadero nombre es Alessandro, un surfero italiano de cabello desordenado y con un encanto especial. Empezamos a hablar. Tengo la sensación de conocerle desde siglos. Me encanta su forma de expresarse y la pureza de su mirada. Su ser gentil. Le invito a cenar. Su sonrisa me conquista y la noche promete ser mágica. Nos encontramos en un pequeño restaurante frente a un pequeño lago que queda al lado del pueblo. Su piel bronceada muestra el paso de muchas horas bajo el sol, y sus ojos, azules como el océano, tienen una chispa que me atrapa. Nos encontramos en una conversación maravillosa, él compartiendo historias sobre sus olas favoritas, yo fascinada por cada palabra que sale de sus labios. Una conexión indiscutible crece entre nosotros.
Nos dirigimos hacía una pequeña playa apartada, donde la arena es suave como el terciopelo. La luna se eleva en el cielo, iluminando el camino hacia el mar. Kai me observa fijamente, hay un destello de complicidad en su mirada. Su risa resuena en el silencio de la noche, y siento como si el universo nos hubiera conspirado para traernos hasta aquí.
—¿Te gustaría nadar? —me pregunta con su voz suave como el murmullo de las olas.
Asiento, con el corazón palpitando aceleradamente. Nos adentramos juntos en el agua, sintiendo cómo las olas nos envuelven. La risa se convierte en un juego mientras nadamos, las gotas de agua brillan a la luz de la luna. Su cercanía es electrizante, y cada vez que nuestras manos se rozan, un escalofrío recorre mi columna.
Después de un rato, salimos del agua, nuestro aliento entrecortado por la emoción. La arena húmeda se adhiere a nuestra piel, y me doy cuenta de lo cerca que estamos. Kai se inclina hacia mí, su rostro a escasos centímetros del mío. Puedo sentir su respiración, rápida y entrecortada.
—Eres increíble —susurra, y mis mejillas se tiñen de un sutil rubor.
Sin pensarlo, sus labios encuentran los míos en un beso que parece durar una eternidad. Es dulce y apasionado, mientras sus manos se enredan en mi cabello, y el mundo que nos rodea se desvanece en una sinfonía de susurros del viento y el murmullo del mar. Mi cuerpo responde a su toque, cada caricia despierta una chispa de deseo.
Terminamos tumbados en la arena, mirándonos a los ojos, compartiendo risas y secretos en medio de la noche. La temperatura se eleva entre nosotros, y las palabras se vuelven innecesarias. La conexión es palpable, y sé que este momento es solo el principio de lo que estamos a punto de vivir juntos.
El cielo estrellado se despliega sobre nosotros, creando un manto de intimidad. La seducción de Hossegor invade el aire, y Kai me envuelve en sus brazos, tirando de mí hacia él. La noche se expande a nuestro alrededor mientras nos perdemos el uno en el otro, como si fuéramos los únicos en el universo.
Así, entre susurros, risas y la música de las olas, la mágica noche de aquel pequeño pueblo costero de Francia continúa, convirtiéndose en un recuerdo atesorado de pasión.
El día siguiente Kay me presenta a sus amigos: Luca, Giulia, Marco y Sara. Estamos sentados en la terraza de una cafetería, donde el aroma del mar se mezcla con el sabor del café. Ellos son pasión pura por la vida, y su amor por el surf es contagioso. Decidimos salir a surfear y Luca (el más gracioso del grupo) se empeña en contarme anécdotas divertidas, como cuando, la última vez que intentaron surfear en el Cantábrico, Marco terminó con más agua dentro de su traje de neopreno que afuera. Fue un momento de pura complicidad, donde las palabras en italiano se entrelazaron con mis risas en español, creando un idioma propio. La segunda anécdota se produce un poco más tarde, cuando somos testigos de una espectacular puesta de sol, después de un día de surf. Giulia, que es la más poética del grupo (después de mi), decide que es el momento perfecto para compartir su filosofía sobre la amistad. Me habla de cómo en el surf no solo se trata de atrapar olas, sino de atrapar momentos y construir recuerdos juntos. Me cuenta que, en Italia, sus amigos más cercanos y ella, desde hace más de ocho años, se reúnen una vez cada año en primavera, pase lo que pase, en la misma playa, en la Toscana, para pasar tres días juntos, fortaleciendo su lazo a través de un simple acto: compartir risas y caídas en el agua. Que para ella se trata de un ritual casi sagrado, una cita imprescindible para cargar las pilas y mantener viva la amistad. Esa tarde, mientras observamos la puesta de sol, me enseña que, así como en el surf, en la vida se trata de levantarse una y otra vez, rodeado de los que quieres.
Desde que conocí a esa pandilla de surfistas locos, he aprendido todavía más cuanto el mar sea un gran maestro. Luca me dijo que cada ola es diferente y que, al igual que la amistad, necesita ser cuidada y respetada. “A veces te caes”, dijo con una sonrisa, “pero eso solo significa que estás en el camino correcto”. Y cuando caes, siempre hay amigos dispuestos a levantarte y a seguir riendo juntos.
En Hossegor, con mis amigos italianos, el surf se convierte en una metáfora de la vida y la amistad. En la mezcla de idiomas, risas y el sonido de las olas, descubro que las conexiones que se crean en el agua son tan profundas y significativas como en la tierra. Y en cada caída y cada ola, siento que he encontrado no solo amigos, sino una familia global unida por nuestra pasión compartida.
Este tipo de momentos son los que realmente hacen que los viajes a lugares como Hossegor sean memorables. La combinación de buena compañía, aventuras en el agua y experiencias únicas no tiene precio y siempre deja una sonrisa en el rostro. Sin duda, Hossegor es un destino que ofrece más que solo surf; ofrece la oportunidad de crear recuerdos inolvidables.
Mi viaje ha terminado. Kai ha decidido tomarse un poco más de tiempo de vacaciones y acompañarme unos días más. La magia continua.
Me siento profundamente agradecida con la revista Slocum por haberme brindado la oportunidad de explorar y vivir momentos tan especiales en algunos de los destinos más impresionantes del mundo para los amantes del surf. Desde las olas perfectas, pasando por las personas maravillosas que he conocido, hasta las vistas espectaculares, cada lugar y experiencia ha dejado una huella imborrable en mi ser. La pasión por el surf se ha intensificado al conocer a la comunidad que rodea este deporte y al experimentar la belleza natural de cada sitio. Sin duda, este viaje ha sido una aventura inolvidable que me inspira a seguir buscando nuevas olas y horizontes.
Por último, con la esperanza que mi relato haya resultado interesante, quiero recordarte que siempre hay que priorizar la seguridad y el respeto hacia el océano y hacía tus compañeros surfistas.