La evolución histórica del erotismo, un concepto que se ha interpretado de diferentes maneras según cada época y cultura.
Por Joana Cachoeira Machado
En la antigua Grecia encontramos una concepción del erotismo que no conoce el sentido del pudor. Está la mujer que cabalga y la que hace de «leona» (y en esta posición se aparea), está el sexo oral en todas sus variantes, la clásica postura del misionero y los encuentros sexuales acrobáticos: en la antigua Grecia, el erotismo no tenía límites, salvo los impuestos por los espacios en los que aparecían estas escenas eróticas. Los griegos (y más tarde los romanos) las pintaban sin problema en las paredes del hogar, en los espejos de bronce, en las lámparas de aceite de terracota, pero sobre todo en la vajilla utilizada para encender el deseo de los invitados durante los banquetes, ocasiones de encuentros con una implicación sexual muy frecuente.
Muchas imágenes eróticas de la antigüedad fueron destruidas en cuanto se encontraron, precisamente por su contenido tan audaz. Para los antiguos, sin embargo, no se trataba de pornografía: en aquella época, el sexo se mostraba sin pudor, de manera muy desenfadada.
En Roma, como en Grecia, existían varias divinidades de la fertilidad, que solían distinguirse por un evidente «abundancia» en las medidas falicas, ostentadas con orgullo. El Príapo latino, con su falo exageradamente grande, simbolizaba la riqueza y la abundancia, una fuerza generadora incontrolada e incontrolable. Una leyenda cuenta que nació de un flirt fugaz de Zeus con Afrodita: el niño, maldecido por su esposa traicionada, había venido al mundo con una deformidad evidente a la altura de la ingle. Los romanos lo consideraban un amuleto de buena suerte, que protegía la fertilidad y la riqueza de la familia: más hijos, más trabajo, más dinero. Por eso los latinos llamaban al pene “fascinus” (de fas, favorable) y lo colocaban por todas partes: en joyas, en los templos, en las paredes de las casas y en las tabernae (los bares y restaurantes de la época).
Hablamos ahora de Tantrismo. ¿El camino hacia el éxtasis espiritual? El coito. Según la doctrina conocida como tantrismo, que se desarrolló hacia el siglo I d.C. en el norte de la India, la unión sexual era sagrada y permitía a los adeptos alcanzar la perfección espiritual. Respondiendo a las prescripciones de los Tantras, las parejas emparejadas por sorteo intercambiaban efusiones ante el gurú, de modo que el espermatozoide (símbolo de la conciencia) se encontraba con el óvulo (la fuerza creadora) y su unión simulaba el origen del universo. Se creía que estos amplex sagrados, tallados en los templos, tenían muchas funciones, entre ellas proteger los edificios de los rayos.
Las representaciones tántricas no deben confundirse, sin embargo, con el Kama Sutra: de hecho, las «Máximas sobre el amor», recopiladas en el siglo IV por un tal Vatsyayana, son más bien una colección de consejos para una vida feliz en pareja.
Sólo una sección está dedicada a la «práctica»: ocho posturas para cada una de las ocho formas de hacer el amor, descripciones tan explícitas como las miniaturas de la época musulmana con las que a menudo se ilustran.
Pasamos a la Edad Media… Desde el amor cortés hasta la goliardia, la Edad Media es rica en referencias eróticas. Historias como la del súcubo, un tipo particular de demonio, cuya visita era una «desgracia», contribuyeron a alimentar el concepto de erotismo da aquella epoca. Por la noche, sobre todo para los monjes, podía ocurrir que un demonio disfrazado de bella mujer se colara en las camas de los hombres: a fuerza de frotarse y ejecutar todo el repertorio del arte erótico, el súcubo agotaba a los hombres en un largo abrazo. Una vez que se había apoderado de su esperma, se marchaba satisfecho, listo para suministrar materia prima a sus «compañeros» íncubos, especializados en visitas nocturnas a mujeres. Tal vez fuera ésta una explicación de otro mundo para las eyaculaciones nocturnas.
La expresión del erotismo renacentista se encuentra sobre todo en las pinturas eróticas italianas. Celbres aquellas de Giulio Romano, reproducidas y publicadas por el grabador Marcantonio Raimondi en 1524. Los llamados Dieciséis caminos representaban a otras tantas parejas de amantes inclinadas, tumbadas y enroscadas en posturas explícitas. El Papa Clemente VII ordenó quemarlos. Ignorando la ira papal, tres años más tarde el poeta Pietro Aretino compuso 16 sonetos eróticos para acompañar una nueva publicación. Ni siquiera estos «sonetos lujuriosos» escaparon a la hoguera clerical. Así que, para la siguiente reimpresión, se encargó de las ilustraciones el pintor Agostino Carracci, quien, más prudentemente, sustituyó a los amantes terrenales por dioses paganos.
¿Habeis oído hablar del shunga japonés? Todo empezó con el emakimono, un género de ficción ilustrada en pergaminos, a veces de tema erótico, muy extendido entre la aristocracia japonesa desde el siglo XI. Fueron, sin embargo, las estampas eróticas chinas de la dinastía Ming las que dieron el «pistoletazo de salida» a la producción en Japón de shunga, «los cuadros de la primavera» (entendida más bien como la primavera de los sentidos), entre principios del siglo XVII y la segunda mitad del XIX.
La mayoría de los artistas del Ukiyo-e, una forma de impresión artística sobre bloques de madera, reciclaron y probaron suerte con temas especialmente candentes, pintando toda la gama de variaciones de la relación hombre-mujer, hombre-varón, mujer-mujer. Ricos, pobres, hombres y mujeres: con su falta de escrúpulos, los shunga consiguieron llegar a todo el mundo, a pesar de su difusión semiclandestina y de la desaprobación del Shogun.
Con el nacimiento del estilo Rococó, las mujeres vuelven a ser sensuales ¿Qué hay de deplorable en una mujer en un columpio, empujada, además, por su marido? Mucho si, escondido entre los arbustos, aparece su amante que aprovecha para mirarle por debajo de la falda. Con este espíritu, los pintores rococó del siglo XVIII retrataron la sensualidad femenina. Mientras nacía la figura del libertino, el hombre que, según el dramaturgo francés Joylot de Crébillon «buscando sólo el placer de sus propios sentidos… no concede nada al sentimiento, en la empresa de la conquista amorosa», los sueños masculinos prohibidos se hacían realidad en manos de artistas como Honoré Fragonard, con su Swing, o François Boucher. Y las mujeres ya no eran retratadas como diosas, sino como personas de carne y hueso.
A finales del siglo XIX, llega el arte que escandaliza a la sociedad. Avergonzar y escandalizar a la burguesía era el principal objetivo de muchos artistas, comprometidos en una revuelta estética contra la falsa respetabilidad de las clases medias. La principal arma de esta revuelta era, sin duda, el realismo de muchos artistas franceses. ¿Cómo escandalizarse ante algo retratado en su aspecto real? El principio se aplicó también al tema erótico. El ejemplo más conocido es “El origen del mundo” de Gustave Courbet (la razón del título es bastante intuitiva), destinado a la galería erótica personal de Khalil-Bey, diplomático turco y embajador del Imperio Otomano en Atenas. Una provocación que también llevó a cabo el austriaco Gustav Klimt, que escandalizó a la sociedad vienesa a principios del siglo XX con sus bocetos eróticos y sus mujeres extrema y conscientemente sensuales.
En la primera mitad del siglo XIX nació la fotografía. Y unas décadas más tarde, también la fotografía erótica. Mujeres más o menos discretas empezaron a protagonizar las fotos. Le Violon d’Ingres de Man Ray, data de 1924: el «pasatiempo favorito» del fotógrafo deja poco a la imaginación. La modelo que provocó un escándalo en su retrato del violonchelo se llamaba Alice Prin, pero es más conocida como Kiki. Fue amante del fotógrafo durante seis años, desde el día en que la vio en un café en 1921. Kiki estaba sentada con una amiga: iba sin sombrero y el camarero no quiso atenderla. Molesta, exclamó: «¿No quiere servirnos porque cree que somos putas?». Entonces se quitó los zapatos y se inclinó hacia abajo.
Cuando se piensa en el erotismo en el cómic, lo primero que viene a la mente es quizás Valentina, la fotógrafa de pelo moreno que el dibujante italiano Guido Crepax plasmó en 1965, inspirándose en su esposa Luisa, seguida probablemente por las provocativas y hermosas mujeres de Milo Manara, que se han convertido en iconos de sensualidad y belleza femenina.
En 1953, Hugh Hefner (el fundador de Playboy), convencido como estaba de un probable fracaso, no puso fecha al número 1 de la celebre revista erotica: según sus previsiones, el segundo Playboy seguramente no habría salido de todos modos. En cambio, la revista, que se hizo famosa por su página central con la foto de la playmate, la «novia» del mes, tuvo un éxito enorme y desempeñó un papel importante en la llamada «revolución sexual» de los años sesenta. De aquí a los famosos calendarios Pirelli, el paso fue corto: los doce desnudos artísticos de edición limitada, entregados únicamente a un número selecto de clientes y personalidades, fueron publicados de hecho por primera vez en 1964. Una primera muestra de los desnudos que ahora abarrotan los quioscos cada fin de año.
La era de Internet coincide con la explosión de la pornografía. Y esto puede ser – absurdamente – el fin del erotismo. Si el erotismo es el arte de la alusión y la intriga, el juego está en la malicia de ocultar ciertas partes anatómicas y jugar a través de lo sugerente, más que con lo explicito. Un pequeño desnudo puede tener una carga hormonal muy alta y estimular la fantasía que, al fin y al cabo, es el ingrediente fundamental del juego del erotismo.