A pesar de su importancia y tamaño (cubre más del 70% de la superficie terrestre), se estima que hasta ahora los seres humanos han explorado menos del 10% del Planeta Azul, especialmente el fondo marino y el abismo, cuyos mapas son menos detallados que los de la Luna, Marte y Venus.
Por Ethan Mean White
Alrededor del 90% de nuestros océanos son lugares inexplorados, principalmente debido a las dificultades que visitarlos conlleva y los altos costos asociados. Y solo el cinco por ciento del lecho marino ha sido cartografiado topográficamente.
Los seres humanos hemos realizado un gran trabajo explorando nuestro planeta durante los últimos dos milenios, entre montañas escaladas y lugares descubiertos, selvas y biomas extremos, pero parece que de alguna manera hemos olvidado el 70% de nuestro planeta, esa parte cubierta por agua salobre que sigue guardando celosamente muchos de sus secretos. Por supuesto que lo hemos navegado a lo largo y ancho, por supuesto que perforamos su fondo en algún lugar remoto para extraer petróleo o gas, pero ¿cuántas cosas nos falta saber sobre la verdadera naturaleza de los océanos?
Por extraño que parezca, todavía no sabemos cómo se ve el fondo del océano en la mayoría de los lugares del planeta. Para ser precisos, la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) informa que el 95% del fondo del océano nunca ha sido visto por ningún ser humano. Paradójicamente, tenemos una imagen mucho más precisa de la superficie de otros planetas que de las profundidades del mar, conocemos mejor Marte, Venus y la Luna que nuestras profundidades.
Es bastante evidente que, si no sabemos cómo es el fondo del océano, pretender saber qué se esconde debajo es bastante arriesgado. Sin embargo, hay pistas prometedoras: un grupo de investigadores cavó dos kilómetros y medio bajo el lecho marino cerca de las costas de Japón, descubriendo la presencia de microorganismos. El misterio se profundizó aún más cuando los científicos descubrieron que su genoma era más similar al de los microorganismos que se encuentran en el suelo de los bosques que a los que se encuentran en el océano en las zonas más cercanas a la superficie. Aún no se comprende cómo esto es posible.
Uno de los fenómenos más interesantes y fascinantes de los océanos es, sin duda, el de los lagos submarinos, bolsas de agua salada con una composición diferente a la del océano que los rodea, tan diferente que un objeto sumergido aún podría flotar sobre una de estas «burbujas». Aún más intrigante como idea, si se considera que los cultivos de microorganismos únicos pueden proliferar dentro de estos entornos particulares.
Más curiosidades: hasta 2005, el fenómeno de la bioluminiscencia de los mares era considerado un cuento de hadas típico de los marineros, pero algo cambió cuando un grupo de investigadores, con la intención de estudiar algunas fotografías satelitales del Océano Índico, notó un área de 15.000 kilómetros cuadrados de agua brillando con luz propia, durante tres noches. Según los científicos, las causas podrían ser muchas, pero las más acreditadas parecen depender de la actividad de los microorganismos bioluminiscentes.
Hablamos de las maravillosas ballenas. Tenemos la costumbre de considerarnos bastante expertos en estos gigantescos mamíferos marinos: sabemos cómo están hechos anatómicamente, hemos identificado sus rutas migratorias, pero todavía sabemos muy poco de sus cantos, por ejemplo, de cómo se las arreglan para emitirlos sin cuerdas vocales ni labios. Pero lo que vuelve locos a los científicos es una canción particular a 52 hercios, una frecuencia que no pertenece a ninguna ballena estudiada hasta ahora. Una de las teorías más conmovedoras sugiere que podría tratarse de un solo ejemplar cuya particular impronta de canto se deba a algún tipo de malformación. Esto implicaría que sus compañeros podrían no entender o incluso no percibir sus llamadas, motivo que explicaría sus siempre solitarias detecciones.
La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) ha estado monitoreando los océanos a un nivel de sonido durante décadas, utilizando instrumentos llamados hidrófonos, que se usan puramente para comprender cuánto afecta la actividad humana a los entornos oceánicos o para grabar los cantos de las ballenas, como hemos visto en el punto anterior. El problema surge cuando estos instrumentos registran algunos sonidos para los que los científicos no pueden encontrar una explicación. Un ejemplo es el Bloop, un sonido extremadamente fuerte y de baja frecuencia grabado por instrumentos incluso a 5.000 kilómetros de distancia entre sí. Después de una investigación exhaustiva, se concluyó que la explicación más lógica es el colapso de un glaciar en el océano. Pero desde 1991, un sonido aún más misterioso, llamado Upweep, ha mantenido despiertos a los investigadores, un ruido regular y, según algunas investigaciones, estacional, que para la NOAA oficialmente no tiene un origen específico.
¿Por qué son tan grandes las criaturas que viven en las profundidades del océano? No solo las bestias legendarias que han animado las pesadillas de los marineros durante siglos, sino animales reales cuyas dimensiones están extrañamente fuera de escala, tanto que se llegó a acuñar el término gigantismo de aguas profundas. El problema es que aún no se sabe por qué ocurre este fenómeno, especialmente cerca de los polos, donde los investigadores continúan encontrando criaturas gigantes, como una medusa con tentáculos de seis metros de largo.
Conocer los océanos y mantenerlos saludables, permitiendo que las criaturas marinas prosperen, es esencial: estas inmensas extensiones azules no solo son maravillosas, sino que también representan una de las soluciones naturales al cambio climático. Si cuidamos los océanos, los océanos se ocuparán de nosotros.
De hecho, los océanos absorben tanto el exceso de calor generado por nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, como el propio dióxido de carbono, lo que mitiga los impactos del caos climático en curso.
Existen diferentes curiosidades que sirven como ejemplos para entender mejor cuanto la defensa de los océanos represente una prioridad.
El aumento de las temperaturas, debido al cambio climático, afecta el sexo (y el futuro) de las tortugas marinas.
Desde que llegan al mundo, para las tortugas marinas comienza una lucha por la supervivencia: entre los depredadores naturales, la pesca destructiva, la contaminación plástica, solo 1 de cada 1.000 huevos se convierte en un espécimen adulto.
A esta cantidad impresionante de amenazas se suma el cambio climático: además de la subida del nivel del mar y eventos climáticos extremos que ponen en riesgo las playas donde anidan, y la acidificación de las aguas que provocan la pérdida de arrecifes coralinos – fuente de alimento para algunas especies de tortugas – el aumento de la temperatura debido al cambio climático afecta la temperatura de la arena donde anidan las tortugas. Como reptiles, el calor más o menos intenso de la arena en la que se incuban los huevos determina el género de la cría en un nido: los científicos predicen que nacerán más hembras que machos con arena cada vez más caliente, creando una amenaza significativa para la diversidad genética, con impactos nefastos en la reproducción y futuro de las tortugas marinas.
Otro ejemplo más: el pez payaso y las anémonas tienen una relación mutuamente beneficiosa que el cambio climático pone en peligro.
El pez payaso y las anémonas de los arrecifes de coral disfrutan de una relación perfecta, hecha de apoyo reciproco. Desafortunadamente, la crisis climática representa una amenaza muy peligrosa, ya que está llevando al declive de los arrecifes de coral, donde esta colorida pareja vive en armonía. La acidificación del mar y el aumento de las temperaturas provoca el llamado «efecto blanqueador», que provoca la muerte del coral. Cuando un coral muere, las anémonas (de las que se estima que dependen en un 50% los peces payaso para sobrevivir) desaparecen, y los peces payaso, que no tienen capacidad para adaptarse rápidamente, pierden refugio y fuente de alimento.
Hablamos ahora de las belugas árticas, que también se conocen como canarios marinos.
Sociables y muy inteligentes, las belugas blancas son verdaderas cantantes. De hecho, emiten vocalizaciones muy parecidas a una canción alegre. El cambio climático afecta gravemente a su hábitat: el Ártico. De hecho, el Polo Norte se está calentando al doble de velocidad que el resto del planeta, con graves consecuencias en todo el ecosistema: si el hielo del Ártico se derrite, ¿cómo podrán sobrevivir todos esos animales que dependen de ese mismo hielo? Menos hielo significa nuevas actividades industriales (extracción de petróleo, pesca industrial) y grandes barcos de pesca que entorpecen las rutas migratorias de las ballenas y saquean su hábitat. Pero también un camino abierto a nuevos depredadores y otros «competidores» en la cadena alimentaria, con los que empezar a competir por las reservas de alimentos … En definitiva, debido a la crisis climática, las belugas están en grave peligro.
Los océanos producen el 50% del oxígeno que respiramos.
Se dice que los bosques son los pulmones del mundo, y de hecho es cierto, pero quizás no sabías que el otro pulmón es precisamente el Planeta Azul, gracias a la fotosíntesis de clorofila del fitoplancton. Este conjunto tan importante de organismos vegetales marinos, presentes en el plancton, también está en peligro debido al aumento de la temperatura y a la acidificación de las aguas, efectos secundarios del cambio climático en curso.
Como habrás comprendido, la vida no es fácil para los habitantes del mar. El océano se está calentando y acidificando debido al cambio climático: la química de los océanos está cambiando demasiado rápido en relación con su capacidad de adaptación.
Proteger los océanos, el clima, y nuestro futuro, es un deber que todos deberíamos asumir, y exigir a nuestros gobiernos.
El mar no tiene caminos, el mar no tiene explicaciones.
-ALESSANDRO BARICCO-