LA EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LAS VACACIONES EN LA PLAYA

El concepto de vacaciones en la playa, para disfrutar bañándose y tomando el sol, es muy reciente. Hasta hace pocos años, las cosas eran muy diferentes.

Por Joana Cachoeira Machado


Estamos a finales de julio, en pleno verano. Algunos turistas comienzan sus esperadas vacaciones en la playa, mientras que otros ya han vuelto a la rutina diaria de la vida en la ciudad. Pero ¿sabías que, en un principio, la gente iba a la playa no para tomar el sol o nadar, sino simplemente para respirar el aire salado del mar? Y el momento elegido para hacerlo nunca era en verano, más bien en pleno invierno.

El concepto de vacaciones en la playa, para disfrutar bañándose y tomando el sol, es muy reciente. Hasta hace pocos años, no existía la costumbre de refrescarse en el agua y las costas no estaban estructuradas para recibir a los turistas. Bañarse en el mar era cosa de pescadores, marineros y agricultores.

En la Edad Moderna, en el siglo XVI, se sospechaba que bañarse en el agua del mar provocaba graves enfermedades en el organismo. Fue necesario un cambio de perspectiva médica para iniciar con esta practica tan agradable y saludable.

A partir del siglo XVII, los médicos empezaron a cambiar algunos puntos de vista alabando los beneficios de las curas termales, a pesar de que seguían estando muy lejos de la orilla del mar. Y quienes podían permitirse unos baños termales reparadores eran sólo los individuos más ricos, que permanecían largas temporadas disfrutando de esas curas.

Hacia 1620, una mujer inglesa llamada Elizabeth Farrow descubrió un manantial de aguas termales que desembocaba en el mar en la ciudad portuaria de Scarborough, al norte de Yorkshire, y construyó el primer balneario.

Gracias a su ubicación, Scarborough pronto se convirtió en uno de los principales destinos turísticos del verano británico. Y, poco a poco, los médicos se dieron cuenta de que el agua salada era buena para la salud, sobre todo cuando estaba fría, ya que constituía una excelente terapia para curar el raquitismo, vigorizar a los convalecientes y, de algún modo, devolver la esperanza a las parejas estériles.

En ese contexto de evolución y crecimiento, se abrió en la localidad de Brighton, un centro médico para aristócratas junto al mar. Así fue como nació, en el siglo XVIII, el turismo balneario en Inglaterra.

El norte de Europa se acostumbró rápidamente a la idea de las vacaciones. Los tratamientos en balnearios se habían popularizado y los ingleses ya estaban dispuestos a trasladarse durante largas temporadas a centros turísticos con hoteles, mientras que los nobles de otros países europeos se trasladaban a sus propias fincas privadas en plena campiña, lejos de la ciudad.

No sólo los aristócratas pasaban sus vacaciones a la orilla del mar. Las clases altas y medias también intentaban seguir esta moda, que además se convertía en una oportunidad para hacer las amistades adecuadas.

Los centros balnearios se equiparon para alojar tanto a duques como a burgueses, y así surgieron los primeros hoteles de «dos, tres y cuatro estrellas». El mercado turístico creció, aumentando los servicios y atracciones de estas localidades.

Al principio, la playa no se vivía tal y como la entendemos hoy en día. Las vacaciones de playa nacieron en Inglaterra, donde los mares del norte son gélidos y el clima mucho más fresco: se trataba entonces de un chapuzón rápido y vuelta al hotel. Así que no había sombrillas, tumbonas, hamacas: la orilla estaba habitada por turistas vestidos con elegantes trajes. La vida estaba en el centro de la ciudad, con teatros, tiendas y actividades despreocupadas para los huéspedes.

Pero, en el siglo XIX, se produjo otro cambio. La gente empezó a darse cuenta de que los beneficios para la salud no sólo procedían del agua, sino también del aire marino: curaba las enfermedades pulmonares y vigorizaba el cuerpo.

A partir de entonces, las playas empezaron a equiparse con pequeñas instalaciones y los turistas, siempre bien vestidos, llevaban libros para leer y juegos de mesa. La costa era todavía un poco salvaje y se intentó urbanizarla de alguna manera y hacerla confortable.

El boom turístico llegó con la revolución industrial del siglo XIX, cuando los centros balnearios abrieron sus puertas a las clases más bajas. Con la llegada del ferrocarril, Blackpool se convirtió en uno de los centros de bajo coste más visitados de Inglaterra.

A diferencia de lo que ocurre hoy en día, el Mediterráneo se consideraba demasiado caluroso y bochornoso y, desde luego, no era codiciado por la población, ya que no podía competir con el frescor del Norte.

Sólo los ricos, en busca de un clima más suave, podían permitirse unas vacaciones de lujo en otoño e invierno en los centros turísticos del sur de Europa que se desarrollaron en torno al siglo XIX.

Tras la Primera Guerra
Mundial, que había destruido la idea de vacaciones y bienestar, el turismo volvió a crecer. Y los médicos hicieron otro descubrimiento: el sol es bueno para la piel.

La red ferroviaria se iba desarrollando por toda Europa, sobre todo hacia las localidades del Mediterráneo. En aquel momento histórico, localidad más concurrida por la clase alta era Portofino, en Italia. Esa localidad fue el modelo a seguir, la referencia para todos los centros balnearios que se crearon y fueron creciendo en aquellos años. Al poco tiempo, las ciudades costeras inglesas entraron en crisis, perdiendo todo el encanto que habían adquirido a lo largo de la historia.

A partir de ese momento, nacieron las vacaciones junto al mar tal y como las vivimos y disfrutamos hoy en día.

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