El trabajo, al igual que el alcohol o el juego, puede crear adicción. Además, los últimos estudios, han demostrado que una mayor calidad en los resultados pasa por volver a un ritmo de trabajo más medido.
Por Edy B. Morgan
¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar? Empezamos este articulo hablando del Workaholism, quiere decir de la adicción al trabajo. Este término lo creó el psicólogo Wayne Oates, en el año 1971, al combinar la palabra «trabajo» con la palabra «alcoholismo», con el objetivo de describir una preocupante nueva adicción: la adicción al trabajo. De hecho, el Workaholism no es otra cosa que «la tendencia a trabajar excesivamente y de forma compulsiva».
El trabajo es algo esencial; aun así, es recomendable no pasar ciertos limites.
¿Por qué algunos individuos están tan apegados al trabajo? Pueden influir varios factores: por ejemplo, la educación recibida, ciertos rasgos de personalidad tendentes al perfeccionismo y ,más que cualquier otra causa, el clima empresarial que genera demasiada presión, que hace creer que hacer horas extras, trabajar en el tiempo libre e ir a un ritmo muy cerrado sean condiciones indispensables para hacer carrera o para crecer a nivel empresarial. Esta adicción, en Occidente, afecta nada más y nada menos que al 66% de los Millennials. Y los datos, por lo visto, están destinados a subir. Se trata de datos muy preocupantes. Un adicto al trabajo puede acabar sufriendo desde problemas gastrointestinales, dolores de cabeza, migrañas, pasando por aumento o pérdida de peso, irritabilidad, fatiga, hasta acabar con consecuencias más desagradables aun. Sin tener en cuenta un entorno que también acaba viéndose afectado, pensando por ejemplo en el ámbito familiar, o en aquello de las amistades y de la socialización.
¿Podría el Workaholism convertirse en la enfermedad de este siglo? Parece ser que sí.
La tecnología nos ha brindado la ventaja de poder solventar ciertas tareas de una forma mucho más rápida. Algo que, en muchos casos, en lugar que conllevar más tiempo libre o una presión menor, nos ha llevado a tener que estar pendientes de muchas más solicitudes a lo largo del día, convirtiendo además nuestras funciones cotidianas en un estado de alerta constante y en un estrés interminable, generado por tener que atender esas solicitudes en tiempos rápidos, incluyendo el atender a mensajes, Skype, WhatsApp, mails. Un bombardeo persistente. En fin, lo que en principio podía suponer una gran ventaja, ha acabado por generar ritmos de aplicación al trabajo y de atención poco sanos y, a menudo, en la mayoría de los casos, resultados peores cualitativamente hablando.
A veces impulsadas por las ganas de crecer, sea a nivel empresarial o de carrera, otras veces por el simple hecho de querer cumplir con expectativas despropositadas, ciertas personas literalmente no paran. No pueden desconectar. Otras, que se han adaptado a estas rutinas, no es que no puedan, sino que no son capaces de hacerlo. Incluso en los momentos libres y en los fines de semana piensan en trabajo, actúan en función del trabajo. E, incluso, llegan a sufrir aburrimiento al tener que desconectar del trabajo.
Estos individuos se han adaptado a esta espiral sin pensar muy bien en las consecuencias y asumiendo como normal algo que, según muchos expertos, conlleva consecuencias desagradables. Han generado automatismos que ya hacen parte de su cotidianidad, de su forma de funcionar a diario. Y ya no pueden prescindir de ese ritmo, de esa carga.
Volviendo a quienes se ven atrapados en rutinas poco sanas y demasiado exigentes sin ser adictos, hay que decir que la insatisfacción en el puesto de trabajo es algo que afecta a una gran parte de la población y, según las encuestas más recientes, la cantidad de ciudadanos no satisfechos, en este ámbito, está subiendo de forma vertiginosa. Los datos son muy llamativos.
Sin embargo, como decíamos antes, muchas personas se han adaptado, hasta el punto de convertir todo su tiempo en experiencias y pensamientos “atados” a su profesión. En muchos casos, acabando padeciendo la adicción del Workaholism. La buena noticia es que se puede salir de este círculo vicioso, intentando hablar con expertos y activando pequeños hábitos diarios que nos alejen periódicamente del trabajo. Como en todas las cosas, el equilibrio es la solución mejor. Cumplir con un buen trabajo, alcanzar prestaciones de calidad en ese sentido, pasa también por el hecho de ir a ritmos más humanos, más acordes con lo que nuestro cuerpo, nuestra concentración, nuestro cerebro nos permiten sostener. Que no significa ser vagos, ni mucho menos. Y que tampoco significa hacer las cosas mal, más bien lo contrarío. Hacerlas con la correcta concentración y eventualmente con cierto estimulo que no sea el “ventilar rápido y ya”, con mente más fresca, suele representar una gran ventaja en términos de calidad, y por lo tanto en términos de resultados para las empresas y para sus clientes. Algo que muchos empresarios tendrían que tener muy en cuenta.
En ese sentido, es interesante prestar atención a un último dato. En los últimos meses, han sido realizados diferentes experimentos en varios países occidentales, que han implicado la reducción de los días semanales dedicados al trabajo. Los resultados han hablado claro y todos han ido hacia la misma dirección: en todos los casos, la productividad ha aumentado de forma notable. Y con ella el resultado cualitativo de las prestaciones. Un dato muy a tener en cuenta.