Increíble pero cierto: una mosca permitió a Virgilio no perder su casa en el centro de Roma.
Por Nacho Figueroa
Eran las diez de la mañana en Monte Esquilo, uno de los barrios más céntricos y conocidos de Roma. Ahí se encontraba la casa de Virgilio, famoso poeta que vivió entre los años 70 y 19 antes de Cristo.
Tras una gran orquesta podían escucharse los gritos de las plañideras –aquellas profesionales del llanto funerario– que no podían contener el sollozo sin apenas lágrimas. Todas las personas ahí presentes observaban de manera silenciosa la seriedad propia de un funeral corriente. Ante sus ojos, una mosca muerta sobre un cojín de seda, recibiendo los honores propios del ser más querido de la familia.
El poeta Virgilio proclamó a los cuatro vientos el amor que le tenía a su particular y original mascota, y para demostrarlo, gastó la suculenta cifra de 800.000 sestercios –la antigua moneda romana de plata– en su funeral. Tanto es así que construyó un mausoleo en las tierras que bordeaban su hogar para la adorada mosca, y así guardar su memoria.
Y es que Virgilio fue un genio, y no sólo por escribir su obra cumbre “La Eneida” –epopeya escrita en el siglo I a.C. por encargo del emperador Augusto–, sino también por tener la mejor idea para no perder el que siempre había sido su hogar. Virgilio se había enterado, gracias a sus contactos en el gobierno de Roma, que el Triunvirato romano iba a confiscar todos los terrenos de las zonas adyacentes a su casa. A esta expropiación se salvarían las tierras que tuvieran en su interior tumbas o mausoleos.
Cuando el decreto fue anunciado y aprobado, a Virgilio se le concedió la exención y se le permitió mantener sus tierras, dado que en ellas se encontraban los restos mortales de su amada mosca.
El amor conquista todas las cosas; démosle paso al amor.
-VIRGILIO-